Si todas las personas que dicen estar estresadas tuvieran realmente un problema de estrés negativo crónico, el mundo estallaría, incapaz de albergar tanta tensión y angustia acumuladas.

Y es que tener una semana intensa de trabajo, estar nervioso ante un acontecimiento importante o discutir con la pareja justo después de haber discutido con el jefe son situaciones puntuales que, por sí solas, no tienen porqué generar un desequilibrio sostenido en el tiempo.

El problema, sin embargo, existe. Y es cierto que en el mundo desarrollado está alcanzando proporciones de epidemia. Es justamente por eso por lo que conviene no confundir los términos cuando se habla de él.

¿Qué es el estrés?

El estrés no es una enfermedad, sino un fenómeno fisiológico normal: la respuesta de nuestro organismo a los estímulos externos. O, como lo definió por primera vez el profesor Hans Selye en los años 30, «la respuesta no específica que da el cuerpo a toda exigencia que se le plantea».

Ante un estímulo externo que implique un peligro o una amenaza ?o un reto positivo pero más exigente que lo habitual? aumenta nuestra actividad fisiológica y psicológica y nos preparamos para responder.

El cuerpo produce adrenalina y al distribuirse ésta por el organismo, una serie de receptores provocan que las pupilas se dilaten para ver mejor, el oído se agudice, el corazón lata más fuerte, la mente esté más alerta por la mayor oxigenación de las células y la sangre se concentre en los órganos más necesarios para una reacción rápida: el corazón, los pulmones y los músculos.

El estrés nos permite reaccionar en situaciones de emergencia y, en algunos casos extremos, salvar la vida. Es lo que nos hace actuar ante un conflicto en el trabajo, y también lo que nos permite correr para huir de un peligro a una velocidad que en ningún caso podríamos alcanzar en circunstancias normales.

¿Es posible, por tanto, vivir sin estrés? A estas alturas la respuesta debería estar clara: no. Para tener una ausencia total y absoluta de estrés haría falta, sencillamente, estar muerto.

Eustrés y distrés

Existe un estrés positivo ?el eustrés? causado por estímulos agradables a los que nos sentimos capaces de responder y, además, estamos deseando hacerlo: un viaje cargado de aventura, una nueva relación sentimental, un ascenso largamente soñado…

El estrés negativo o distrés, en cambio, se produce cuando nuestra capacidad de respuesta se ve superada por un estímulo negativo. Y si la situación se prolonga en el tiempo, llega el estrés negativo crónico, con todas sus consecuencias.

El proceso ante cualquier situación estresante tiene tres fases, que en su conjunto conforman lo que el profesor Seyle definió como Síndrome General de Adaptación:

  • Fase de alarma: cuando el cerebro analiza una situación y considera que necesitamos energía extra para responder, nuestro organismo entra en estado de alerta.
  • Fase de resistencia: Nos mantenemos activos durante el tiempo necesario para dar respuesta a la situación estresante. Y cuando ésta acaba, volvemos a nuestro estado normal.
  • Fase de agotamiento: si los estímulos estresantes no cesan, nuestra capacidad de respuesta empieza a agotarse. Obviamente, es ahí donde empiezan los problemas.

Las causas y los síntomas

Una misma situación, un mismo estímulo, nunca es igual de estresante para dos personas diferentes, por lo que la verdadera clave del estrés no es tanto qué nos ocurre sino cómo nos sentimos ante lo que nos ocurre.

Aún y así, es innegable que algunas situaciones son típicamente estresantes. Estas son algunas de las más comunes:

  • Muerte de un familiar
  • Divorcio o separación
  • Enfermedad grave
  • Pérdida del empleo
  • Problemas económicos
  • Mal ambiente laboral
  • Sobrecarga de trabajo

Una persona con abundantes recursos, como una autoestima a toda prueba o una capacidad innata para afrontar las dificultades, podría superar varias de estas situaciones al mismo tiempo sin llegar al agotamiento.

Para otras, en cambio, bastaría con un mal ambiente laboral sostenido durante algunas semanas para sentirse superada por las circunstancias.

La sintomatología de la persona con estrés negativo crónico es bien conocida: insomnio, irritabilidad excesiva, ansiedad, dolores en espalda y cuello, cefaleas, agotamiento, disfunciones sexuales, problemas digestivos y, en general, alteración de la mayoría de patrones habituales.

Qué hacer

En cualquier situación de estrés negativo, lo ideal sería poder actuar directamente sobre las fuentes de estrés para atenuarlas o eliminarlas. Pero eso rara vez es posible. Por lo que la alternativa es trabajar sobre nuestra respuesta ante ellas y, al mismo tiempo, adoptar hábitos que nos ayuden a rebajar nuestro nivel de tensión.

Algunas de las herramientas que ayudan a combatir el estrés son:

  • Técnicas de relajación: respiración profunda, hidroterapia, distensión de los músculos, masajes…
  • Técnicas cognitivas: con la ayuda de un experto, se intenta cambiar la manera en que la persona se plantea las situaciones estresantes.
  • Ejercicio físico: ayuda a descargar tensiones, elimina sustancias tóxicas del organismo y libera endorfinas, unas sustancias que provocan sensaciones placenteras.
  • Patrones de descanso y de alimentación equilibrados: mantener unos hábitos de descanso diario razonables y una dieta equilibrada ayuda al organismo a enfrentarse a los estímulos estresantes.
  • Tiempo de ocio: si en un lado de la balanza se acumulan estímulos negativos, es imprescindible compensarlo con actividades que nos proporcionen placer y sensaciones positivas.
  • Es fundamental no enfrentarse solo a un proceso de estrés crónico. Los amigos, la familia y el consejo de un profesional pueden proporcionar una ayuda de gran importancia.

© Laboris