Miquel Bonet, Director de Competencias de la Universitat de Barcelona iL3

Además de ser nuestro vecino con el que tenemos relaciones complejas, lo cierto es que Francia es un país nada acomplejado, muy orgulloso de sus virtudes y al que no le importa frivolizar sobre sus defectos; la verdad es que nadie puede negárseles su excelso patriotismo, la calidad estética que buscan en todo lo que hacen y ser la segunda economía de Europa y un líder económico mundial, sin tener que «mendigar» el derecho a silla.

Mi relación con los franceses nunca ha sido ni buena, ni mala del todo, «una de freda i una de calenta» como diríamos en mi tierra. Desde mi adolescencia todo lo francés representaba el paradigama de la libertad: no me olvido de Perpignan, los patés, el bouillon, las ediciones prohibidas de Ruedo Ibérico y su extrema racionalidad, llevada al extremo de «difuminar» el pubis de las chicas del ejemplar de Paris Hollywood, que pasábamos de mano en mano por el internado y que aliviaban nuestra represión generalizada y también sexual.

En los muchos años en que profesionalmente me dediqué al marketing y al mundo comercial, nunca dejé de admirar la capacidad francesa para vender lo suyo, empezando por ellos mismos y muy especialmente a partir de la revolución industrial. En realidad no existe un solo negocio que «huela a dinero» en el que no estén metidos: colonizaron media África, estuvieron en el nacimiento de la federación americana, también en Oceanía, defendieron sus intereses en Vietnam, incluso antes que los americanos, y gobiernan gran parte de la gran distribución; no hay duda de que los franceses tienen olfato para el negocio.

Hace unos años y en alarde de genialidad, se inventaron las 35 horas, que después tuvieron que matizar, pero la simiente de «racionalizar» los horarios de trabajo está allí, y a pesar de tener una de las fuerzas sindicales más duras de Occidente, llevan casi 40 años siendo líderes en trabajo temporal, porque entendieron antes que nadie que el trabajo debía ser flexible paras ser competitivo, mientras aquí seguimos suspirando en la «reforma laboral».

Y ahora, acaban de «fabricar» la ley del trabajo dominical, prevista en principio para zonas turísticas, pero ya verán cómo muy pronto se masificará con el arbitraje del único juez posible, que es el cliente.

En mi doble vocación de jurista y comunicador, o sea comercial, siempre he pensado que hay dos formas de legislar y de hacer las cosas: una de ellas consiste en crear un marco legal, o diseñar un sistema basado en criterios tradicionales, morales, técnicos, o sea, el «siempresehahechoasí»; y otro, consiste en «escuchar» el mercado, mirar lo que pasa en la calle y resulta que, hoy por hoy, el 60% del consumo es absolutamente innecesario, responde a lo espontáneo, lúdico, las decisiones se toman en caliente y por tanto la distribución debe acercarse al consumidor y no al revés.

Por eso, el mayor vendedor de pan son las gasolineras, existe el prontomoda, y los chinos se ocupan de fabricar el 80% de lo que llevamos puesto. Por suerte en las grandes ciudades incluso los domingos existen tiendas abiertas; acostumbran a ser de pakistaníes, árabes, chinos o latinos. Mientras seguimos con horarios restrictivos, no les extrañe que al final, la próxima tienda del barrio que abra los domingos sea de un francés, oh lalá!

© Laboris
10.09.2009