Prestar apoyo a los demás requiere, además de vocación, una formación adecuada que permita ofrecer el servicio correcto. En este caso, lo habitual es diplomarse en Trabajo Social, una carrera de primer ciclo en la que a la formación genérica en ciencias sociales aplicadas, psicología y derecho se suma una específica donde la práctica se hace básica para proporcionar a los estudiantes los conocimientos, destrezas y valores imprescindibles en profesionales de la asistencia social.

No obstante, nunca está de más que esa formación universitaria se complemente con otra especializada para facilitar la inserción al mercado laboral. ¿Cómo? Lo más recomendable es realizar algún programa de postgrado en gerencia y gestión, política social y marginación, gerontología social, voluntariado o, entre otros, inmigración y psiquiatría social. Aunque, también es conveniente contar con cursos de idiomas e informática y con prácticas en empresas, muy valorados a la hora de elegir a un candidato. Y muestra de ello es que el 35 por ciento de las empresas exige conocer otras lenguas y un 70 pide tener experiencia.

Y si la universidad no es lo tuyo, puedes especializarte a través de la Formación Profesional. En concreto, mediante la rama de Integración Social y en la de Atención Sociosanitaria. A ellas puedes acceder desde el Bachillerato en la modalidad de Ciencias de la Naturaleza y de la Salud y Tecnología y en ambas te prepararán para prestar atención a los colectivos más desprotegidos. En la primera, se profundiza en métodos y sistemas de integración, mientras que en Atención Sociosanitaria se aprende a organizar y controlar la atención física y psicológica a personas necesitadas.

Fácil inserción

De cara al mercado de trabajo, el diplomado en Trabajo Social tarda una media de 9,9 meses en encontrar su primer empleo después de terminar sus estudios, si bien entre un 25 y un 30 por ciento encuentra trabajo antes de finalizarlos. Éstos son algunos de los datos que recoge el ‘Libro Blanco del título de grado en Trabajo Social’ publicado por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación (ANECA), que revela, además, que la tasa de inserción de estos diplomados es del 78 por ciento.

Y es que nos encontramos ante un perfil que juega un papel cada vez más importante en una sociedad en la que la esperanza de vida supera ya los 80 años: no olvidemos que la asistencia a mayores forma parte del campo de actuación de estos profesionales, así como a discapacitados, entre otros. El porcentaje de inserción varía en función de la comunidad autónoma en la que se encuentre, registrándose los niveles más altos en Madrid, Cataluña, País Vasco y Aragón. Estas regiones son, precisamente, las que más ofertas de empleo generan en este ámbito al concentrar el 70 por ciento.

Las vías de acceso a su primer empleo son diversas, aunque la más exitosa es la autocandidatura: el 58 por ciento de los diplomados se coloca a través de ella. También destaca la red de contactos personales, muy efectiva para el 28 por ciento de los casos, y la convocatoria pública.

Un hueco en ámbitos diferentes

Las áreas de actuación del trabajador social son diversas, yendo desde los servicios sociales hasta hospitales, pasando por ONG, oficinas de empleo o centros de asistencia.

La asistencia y el apoyo a personas es la base de la actividad diaria del trabajador social, así como también encargarse de la prevención, la rehabilitación y la reinserción. ¿Donde lo hacen? Sus ámbitos de actuación van más allá de los servicios sociales, de sanidad, ONG y consultorías y asesoría, si bien en ellos se genera la demanda más importante. También tienen un hueco en los centros sociales, servicios comunitarios, generales, de familia, infancia y juventud, personas mayores, mujeres, presos o extranjeros, entre muchos otros.

La Administración Pública es una generosa fuente de empleo para los trabajadores sociales, que pueden ocuparse en hospitales, clubes juveniles, centros de adopción, de planificación familiar y sociocultural, residencias de ancianos y oficinas de empleo.

De forma general, el ‘Libro Blanco’ de ANECA sobre el título de Trabajador Social especifica cinco áreas profesionales en las que tiene cabida este profesional. Así, además de la asistencial, está la preventiva, la promocional-educativa, la de mediación, la transformadora, la de planificación y evaluación, la rehabilitación, la de planificación y análisis de procesos sociales, la gerencia y administración de servicios sociales y la investigación y docencia.

Adaptado a cada necesidad

Si la preparación viene de la mano de la Formación Profesional, el Técnico Superior en Integración Social se ocupa, sobre todo, en el sector de los servicios sociales, ejerciendo de programador de ayuda a domicilio, de prevención e inserción social y ocupacional, educador de discapacitado, orientador de inmigrantes o, entre otros, trabajador familiar.

Por ello, puede hacerse un hueco tanto en empresas que desarrollen programas de asistencia social como en concejalías de servicios sociales y bienestar social, ONG, asociaciones y fundaciones, servicios de ayuda a domicilio y centros de acogida de mujeres, menores y gente sin techo.

Del mismo modo, el Técnico en Atención Sociosanitaria ocupa puestos de asistente de atención domiciliaria o de supervisor o responsable de planta de una institución destinada al cuidado de personas con necesidades específicas. Pueden trabajar, por tanto, en diferentes instituciones y organismos públicos y privados.

Saber apoyar

El trabajador social debe ser responsable y poder resolver situaciones de riesgo.

La integración social de personas, familias, grupos, organizaciones y comunidades, la creación de una sociedad cohesionada y el desarrollo de la calidad de vida y del bienestar son los principales objetivos del trabajador social. Y para conseguirlos, este profesional debe reunir una serie de competencias. El ‘Libro Blanco del título de grado en Trabajo Social’ de ANECA las agrupa en cinco.

La primera de ellas es la capacidad para trabajar con personas y valorar sus circunstancias y necesidades. Se trata, en definitiva, de ayudar e informar a estas personas para que puedan adoptar sus propias decisiones. El apoyo a las personas para que sean capaces de manifestar sus necesidades y puntos de vista es otra de las competencias del trabajador social, que desarrollará especialmente en situaciones de defensa a determinados colectivos. En este sentido, se hace imprescindible tener conocimiento y relación con los servicios jurídicos y de defensa locales.

No obstante, también es importante que este profesional esté preparado para planificar y evaluar la práctica del trabajo social con otras personas y, además, con otros profesionales y para resolver situaciones de riesgo, pudiendo identificar y valorar la naturaleza del riesgo que corren las personas con las que trabaja.

Por último, el trabajador social debe saber administrar y ser responsable. Ha de demostrar que tiene capacidad para dirigir y priorizar su trabajo y, para ello, lo mejor es contar con control y recurrir al apoyo y la supervisión profesional.

En equipo

Ahora bien, el documento de ANECA clasifica también las competencias en transversales (resolución de problemas, capacidad de análisis o toma de decisiones, entre otras), personales (como el trabajo en equipo, el compromiso ético o el razonamiento crítico) y sistémicas, (en ellas se incluye la creatividad, el aprendizaje autónomo o la iniciativa y espíritu emprendedor).

Un análisis de ellas permite observar que una de las competencias más valoradas es el trabajo en equipo, junto con la resolución de problemas y el trabajo en equipo de carácter interdisciplinar. Otras aptitudes tenidas en cuenta son las habilidades en las relaciones con los demás, la toma de decisiones, el compromiso ético y la capacidad de organización y planificación. En este caso, el liderazgo queda en último lugar.

Un buen complemento

Otros profesionales, como los enfermeros o los logopedas, también prestan asistencia.

La asistencia y la recuperación de los colectivos más desfavorecidos es, sobre todo, tarea del trabajador social, el perfil más beneficiado de la Ley de Dependencia. Sin embargo, existen otras especializadas relacionadas con el cuidado de los demás a los que también salpica la nueva normativa.

Es el caso de los enfermeros, encargados de prestar la asistencia sanitaria a personas que así lo necesiten. Como es lógico, su presencia es básica en el ámbito sanitario, pero también son necesarios en otros como el de las residencias de mayores o centros de rehabilitación.

Por su parte, los terapeutas ocupacionales, al trabajar para alcanzar el desarrollo individual de personas con algún tipo de discapacidad, encuentran un hueco importante en centros y clínicas de rehabilitación, así como en residencias para la tercera edad, centros de estimulación precoz u hospitales geriátricos y psiquiátricos.

Asimismo, los fisioterapeutas también pueden ocuparse en residencias geriátricas, así como en centros de rehabilitación y asociaciones de enfermos crónicos. ¿Su función? Planificar y ayudar a poner en práctica ejercicios que ayuden a la persona enferma a alcanzar el mayor nivel de independencia posible o recuperar su movilidad.

Sin duda, otro de los campos donde existe personal necesitado de ayuda es el de la logopedia. Y, aunque suela asociarse a los niños, el logopeda trabaja con todas las edades.

Estos profesionales se demandan, sobre todo, en centros de rehabilitación.

© Laboris